martes, 29 de junio de 2010

¿Qué es el yogur?

Yogurt, yoghurt, yogur. Cada quién lo escribe como puede. Según la Real Academia de la Lengua Española se escribe yogur. Y como les confío más a ellos que a los publicistas que frecuentemente nos deslumbran con su ignorancia, usando términos como “bioenzimas naturales”, así lo escribiré.

La palabra yogur viene del turco, que es el nombre que se le da a la leche fermentada y espesa. El yogur es antiquísimo y se usó primero en Europa Oriental, Asia y África.

Para saber qué es el yogur primero tenemos que conocer un poco más de la leche, especialmente de sus proteínas. En la leche hay diversos tipos de proteínas, que para fines culinarios se pueden dividir en dos grupos: las proteínas del suero y las caseínas—que son las más abundantes. Los dos grupos se distinguen por su comportamiento con los ácidos.

Las caseínas se coagulan en ácido, es decir, se pegan unas con otras formando una masa sólida. Esto no pasa con las proteínas del suero, a las que los ácidos les hacen lo que el viento a Juárez (o sea, nada). Esta propiedad de las caseínas de juntarse en presencia de ácidos resulta muy afortunada, ya que nos permite tener productos maravillosos como el queso y el yogur.

En la leche, miles de moléculas de caseína se agrupan en unas estructuras llamadas micelas. En estas micelas también está la mayor parte del calcio de la leche. De hecho el calcio sirve como una especie de pegamento para que la caseína se empaquete en las micelas. Pero las maravillas de la organización láctea no terminan allí. Cuando las micelas alcanzan el tamaño adecuado, se une a ellas otra caseína, llamada kappa-caseína que tiene carga negativa. Esto hace que todas las micelas tengan carga negativa y se repelan unas a otras, por lo que pueden estar suspendidas en la leche.
Representación de las micelas. La caseína está representada por las líneas y el calcio (fosfato de calcio, en realidad), como bolitas en el centro. Las cargas negativas están representadas alrededor de las micelas como signos - encerrados en un círculo.

Pero en la cocina de lo que se trata es de jugar con las estructuras de los alimentos ¿no? Entonces nos las hemos ingeniado para deshacer la estructura de la leche. La manera más fácil de hacerlo es añadiendo ácidos. ¿Has notado cómo se corta la leche cuando le añades limón o vinagre? Pues lo que estás haciendo al agregar ácidos es neutralizar las cargas negativas de las micelas y una vez neutralizadas, es inevitable que surja una atracción fatal entre ellas y se peguen entre sí. Esto también ocurre en el yogur. Las bacterias producen ácidos que neutralizan las cargas de las micelas, favoreciendo que éstas se peguen y formen una masa sólida. Cuando esto sucede, los agregados de caseína se separan del suero.
Representación de micelas de caseína unidas entre sí en el yogur.

Antes de la industrialización, los yogures se fermentaban por una gran variedad de bacterias. Ahora se utilizan generalmente sólo dos: Lactobacillus delbrueckii subespecie bulgaricus y Streptococcus salivarius subespecie thermophilus. La combinación de estas dos bacterias mejora el proceso de fermentación. Estas bacterias producen diversos compuestos que le dan sabor al yogur, entre ellos el acetaldehído, que le da al yogur su sabor refrescante.

Mucho se ha hablado de las propiedades benéficas del yogur. Actualmente se sabe que algunas bacterias lácticas pueden colonizar el intestino y producir compuestos antimicrobianos, evitando que los microorganismos dañinos se instalen en él.

En la mayoría de los yogures comerciales las bacterias están diseñadas para reproducirse felizmente en leche, pero no aguantan las duras condiciones de nuestro estómago e intestinos. Pero hay otras bacterias lácticas que sí son capaces de llegar al intestino y quedarse a vivir en él. Allí ayudan al sistema inmune, producen compuestos antibacterianos, ocupan el espacio para que las bacterias dañinas no se puedan instalar y además reducen la producción de compuestos carcinogénicos (es decir, que pueden producir cáncer). Es por esto que varios productores de yogur añaden estas bacterias a sus productos y muy probablemente hayas escuchado que tienen Lactobacillus casei, o Lactobacillus brevis o bifidobacterias, entre otras. A estos yogures se les llama “probióticos” y están etiquetados como tales.

El yogur es un alimento rico, saludable y versátil, que no puede faltar en la cocina. Es por esto que en la próxima entrada tendremos un encuentro cercano con el yogur. Mientras tanto… buen provecho.

miércoles, 23 de junio de 2010

Con las sobras: crema de cebolla

Nunca imaginé que las cebollas despertaran tantas pasiones. Después de las muy sentidas (y enérgicas) reclamaciones ante un platillo cuyo ingrediente principal—e insustituible—es la cebolla me atrevo a poner esta receta también de cebolla porque es la manera de aprovechar las sobras de las cebollitas rellenas. Prometo solemnemente dejar pasar un buen tiempo antes de que la cebolla juegue un papel tan protagónico en las recetas (aunque no prometo dejar de usarla, pero la pueden eliminar fácilmente).

Si te sobró caldito del que preparaste y cebollas crudas, ahora es el momento de utilizarlas. Si no preparaste las cebollitas y quieres de todas maneras preparar esta crema deliciosa también es facilísimo. Acompáñala con unos crutones de queso y ajo, que le van de maravilla.

Tiempo de preparación: 15-20 minutos
Rinde: para 2-3 personas que les guste la cebolla, ¡si a alguien no le gusta, rinde más! (O como dice el dicho: mientras menos burros, más olotes)

Ingredientes:

Para la sopa: 
  • ½ litro de caldo de vegetales (puedes usar un cubito de vegetales o completar el caldo sobrante de las cebollitas hasta medio litro)
  • 350 mL de vino blanco (si completaste los sobrantes con caldo, échale un chorrito de vino también)
  • 2 cebollas (o los centros de las cuatro cebollas que usaste en la receta anterior)
  • Un chorrito de leche
  • 1 cucharada de fécula de maíz (maicena)
  • Sal y pimienta
 Para los crutones: 
  • Pan cortado en cuadritos
  • Aceite de oliva
  • Albahaca o alguna otra hierba picada finamente (cebollín, tomillo, romero por ejemplo)
  • Ajo picado finamente
  • Queso parmesano rallado
Cómo se prepara:

La sopa:

Pon a hervir el caldo con el vino. Añade las cebollas hasta que estén blandas. Muélelas en la licuadora o con un procesador. Coloca la cucharada de fécula de maíz en el chorrito de leche fría y revuelve. Añade a la sopa revolviendo constantemente. Sazona con sal y pimienta.

Los crutones:

Precalienta el horno a 110ºC. Coloca los cubitos de pan en una charola para horno. Rocíales aceite de oliva y espolvoréales el ajo y las hierbas picadas. Hornéalos por aproximadamente 15 minutos (a esta temperatura no se doran, esta parte del horneado sirve para que queden crujientes y no se remojen tan rápido en la sopa). Sube la temperatura del horno a 180º. Espolvoréales el queso rallado y sigue horneando hasta que estén doraditos.

Sírvelos en la sopa. Disfruta.

 

miércoles, 16 de junio de 2010

Cebollas rellenas

¿Has notado en mis recetas que me gusta la cebolla? Es un ingrediente esencial en mi cocina y siempre tengo en el refrigerador. Sin embargo, la cebolla cruda no me hace tan feliz, tiene un sabor demasiado dominante para mi gusto. Pero unas buenas cebollitas asadas o caramelizadas son para mí un festín.

Esta receta es una forma inusual de comer cebollas y es deliciosa. Puedes servirlas como plato principal o como acompañamiento.



La ciencia en la cocina. ¿Por qué la cebolla nos hace llorar?

Piensa en los animales (¿uh? ¡pero estamos hablando de cebollas!). La mayoría de los animales pueden huir de sus depredadores o defenderse con garras y dientes. Las plantas—que están fijas al suelo—no pueden hacer esto. Pero eso no significa que no puedan defenderse. Las plantas tienen varios mecanismos de defensa (uno de ellos lo mencioné cuando hablé de los monstruos del refrigerador).

La cebolla tiene unas enzimas (son proteínas) que pueden producir una sustancia que contiene azufre y que es volátil, es decir, que se evapora muy fácilmente. Esta sustancia es irritante para los ojos y la nariz. Lo interesante del asunto es que esta sustancia irritante no está presente en las cebollas intactas. Las enzimas necesitan entrar en contacto con un compuesto (llamado sulfóxido de trans-(+)-S-(1-propenil)-L-cisteína, el puro nombre está para llorar) para producir esta sustancia irritante (llamada syn-propanotial-sulfóxido). Este compuesto se encuentra almacenado en las células y no está en contacto con las enzimas.

¿Y cómo es que las enzimas se encuentran con esta sustancia para producir tan irritante compuesto?

Cuando partimos una cebolla, se rompen algunas células, liberando a las enzimas y a la sustancia precursora y entonces sí se arma la fiesta. Se genera este compuesto que se puede disolver muy fácilmente en agua y ¿a dónde va a disolverse? Claro, al agua de nuestros ojos. Allí, para hacerlo todavía peor, esta sustancia se descompone en el líquido del ojo, produciendo ácido sulfúrico. Cuando esto pasa, el ojo manda una señal al cerebro de que hay un irritante y el cerebro responde haciéndonos llorar para tratar de diluirlo.

Muy ingenioso, ¿no? Mientras tú estás llorando a lágrima viva la cebolla ¡puede aprovechar para escapar! ¿uh, no? Bueno, a algunos animales sí los disuade, a nosotros no, por supuesto.

La buena noticia es que el calor inactiva estas enzimas, haciendo que ya no se produzcan estos compuestos tan irritantes.

Como ya se conoce cuáles son las enzimas que producen estas sustancias irritantes, se están diseñando ahora cebollas transgénicas con las que ya no tienes que llorar. En serio, ¿quién compraría unas cebollas que ya no proporcionan la adrenalina y la sensación de deporte extremo al cortarlas? Para todo hay gustos.

Mientras tanto, se han propuesto muchísimos trucos para no llorar con la cebolla: que si la cortas con un cerillo ¡prendido! entre los dientes, con gogles, que si la congelas, que si le quitas la raíz o que si no se la quitas…

Lo más sensato es cortarla con un cuchillo muy afilado. De esta manera le ocasionas menos daño a las células (porque no las aplastas con tu cuchillo romo) y cortas más rápido y preciso.

Sea como sea, la cebolla le da tanto sabor a nuestros alimentos que bien vale una lágrima. 
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Tiempo de preparación: 1 hora
Porciones: 4 personas como acompañamiento, 3 como plato principal

Ingredientes:
  • Mantequilla para engrasar el molde
  • ½ litro de caldo de vegetales (yo hice trampa, usé un cubito de consomé, puede ser de pollo o de verduras)
  • 350 mL de vino blanco
  • 4 cebollas (yo utilicé tres amarillas y una morada, sólo por curiosidad, puedes usar las que quieras)
  • 3 jitomates pequeños
  • 120 g de pan molido
  • 100 g de queso feta desmoronado
  • 80 g de perejil picado
  • 3 cdas. de aceite de oliva
  • 2 dientes de ajo picados
  • 3 cebollitas de cambray pequeñas rebanadas
  • Sal y pimienta
Cómo se preparan:

Precalienta el horno a 180ºC y engrasa un traste o molde para horno.

Calienta el caldo de vegetales (o el agua con el maravilloso cubito de consomé) y añade el vino. 

Corta las cebollas a la mitad y corta un poquito de ambos extremos para que puedas separar las capas. 



Con cuidado separa una a una las capas que forman la cebolla. Entre tres o cuatro capas por cada cebolla. Las capas del centro son muy pequeñas y no se usan en este platillo (guárdalas, porque las vamos a usar en la próxima receta, o puedes usarlas para cualquier otro guiso). 



Coloca algunas de estas capas de cebolla en el caldo hirviendo (no pongas todas a la vez, hazlo poco a poco). Déjalas allí hasta que estén ligeramente suaves y flexibles, entre 2 y 4 minutos. Pásalas a un plato y déjalas enfriar un poco. Mientras ve cociendo el resto. 

Reserva el caldo, lo vamos a seguir usando.

Para preparar el relleno:

Utiliza un rallador para “rallar” (tal vez destrozar sería una mejor palabra) el jitomate.



¡Pobre, ni se lo esperaba! El chiste es que al final te quedes con la piel del jitomate en la mano y la descartes. 

Mezcla la pulpa de jitomate con el pan molido, el queso feta, el perejil, el aceite de oliva, el ajo, las cebollitas y sazona con sal y pimienta.



Rellena las cebollas utilizando esta mezcla.



Junta los extremos de las cebollas que vayas rellenando y colócalas con la abertura boca abajo en el molde que engrasaste. Así:



Yo utilicé algunas cebollas moradas para probar si el sabor, el color y la textura quedaban bien. Encontré que no hay diferencias con las cebollas blancas o amarillas y que le dan un toque de color al plato. Yo no usaría puras cebollas moradas porque me gusta que tenga distintos colores.

Coloca en el plato unas cinco o seis cucharadas del caldo que sobró (lo suficiente para cubrir el fondo del molde). Ahora, cuando termines, por favor no tires el caldito que quedó, tienes una joya en tu estufa, deliciosa y llena de sabor. Guárdala con amor y cuidado bien tapada en tu refrigerador (aunque sea poquita). En la próxima receta te voy a sugerir qué hacer con ella. 

Hornea por aproximadamente 50 minutos o hasta que las cebollas estén doraditas y el relleno esté burbujeando (mmm). Si se secan en el proceso, añade un poco más de caldo. 

Sírvelas calientes.


miércoles, 9 de junio de 2010

Inarizushi y las adicciones que no existen

No, no tengo un problema. Y no estoy en fase de negación. Absoluta y decididamente NO soy adicta a estas pequeñas delicias de arroz.



No sé cómo pudieron pasar más de 10 años desde mi introducción a la comida japonesa hasta que conocí los inarizushi. Se trata de unos saquitos rellenos de arroz japonés, preparado al estilo del sushi (facilísimo, que no te intimide). Están envueltos en una “sobrecito” de tofu frito (llamado aburaage), marinado en azúcar y salsa de soya.

Ya sé, suena raro, pero por favor confía en mí, son deliciosos. Y mejor aún, ya venden estos saquitos listos para rellenarse en las tiendas de productos japoneses*. (También los venden preparados en algunas de estas tiendas por si quieres probarlos antes de prepararlos). Puedes encontrar los saquitos en lata o en bolsas de plástico (congelados o al vacío).

La ciencia en la cocina. ¿Qué es el tofu?

El tofu es lo que se obtiene de cuajar la leche de soya con sales (de calcio y magnesio). Las proteínas presentes en la leche de soya se separan del líquido cuando están en presencia de estas sales y se recubren del aceite presente en la leche. Esta masa de proteínas y aceite se comprime para formar un bloque de consistencia firme. Es muy antiguo, lo inventaron los chinos hace 2000 años.
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He encontrado que hay unas marcas de saquitos que son más fáciles de rellenar sin que se rompan. Por ejemplo, los que vienen en lata (presentación de 16 saquitos) se rompen más porque son un poquito más gruesos, pero el sabor es mejor. Así que sigo en busca del saquito ideal. Es por eso que preparo tantos: investigación.



Prepararlos es muy fácil y son un buen bocado para media mañana, media tarde, para en la noche, una fiesta, una reunión con amigos, el desayuno, un bocado nocturno… Y no, no tengo un problema de adicción ni estoy usando este blog como pretexto para prepararlos.

Nota 1: Me cuesta trabajo seguir las recetas. Siempre ando sustituyendo ingredientes y siempre que pueda daré opciones. Sin embargo, en este caso es importante que uses el arroz japonés, si no, los granos no se pegan entre sí y no quedan bien los inarizushi. Tampoco sustituyas el vinagre de arroz por el Barrilito que tienes en la despensa ni por el balsámico de Modena que guardas para ocasiones especiales. El vinagre de arroz le da mucho del sabor a este platillo. Lo puedes conseguir también en las tiendas japonesas*.

Nota 2: No soy experta en cocina japonesa (ni en ninguna cocina, para el caso). Seguramente alguien sabrá preparar el inarizushi de manera tradicional y mucho mejor que yo. Los comentarios son bienvenidos.

Ingredientes:

Para preparar el arroz:
  • 250 g de arroz japonés (o una taza bien rellenita)
  • 300 mL de agua (o 1 ¼ tazas)
Para preparar el vinagre:
  • 2 3/4 cdas de vinagre de arroz
  • 1 1/3 cdas de azúcar
  • 3/4 cditas de sal
  • 8-10 saquitos de tofu frito. Nota: el número depende de la presentación que compres, si usas la lata de 16 sólo duplica la cantidad de arroz, de agua y de vinagre (y aumenta el tiempo de cocción a 20 minutos).
Porciones: Una persona se puede comer de 2 a 4 saquitos (o 5, o 6… bueno, quizá algunos más). 

Tiempo de preparación: 1 hora

Cómo se preparan:

Primero debes lavar y remojar el arroz con agua fría. Puedes ponerlo en una coladera y dejar pasar el agua o en un recipiente y agitar suavemente (para que no se rompa el arroz) y cambiar el agua varias veces. El agua tiene que salir clara al final. Al principio parece que nunca va a salir transparente, pero ten paciencia, tarda unos minutos. 



Deja remojar el arroz durante media hora.

Elimina el agua de remojo y coloca el arroz en una olla mediana. Añade el agua.

Calienta a fuego alto hasta que comience a hervir.

Tapa bien la olla y cocina a fuego bajo durante aprox. 16 minutos (los tiempos varían dependiendo de la altura de la localidad y de la estufa). MUY IMPORTANTE: No destapes la olla para espiar cómo va el arroz. Déjalo solito. Resiste. Lee un libro. Sólo son 16 minutos. 

Cuando haya pasado este tiempo retira el arroz del fuego. Aún sin destapar déjalo reposar durante 10-15 minutos. 

Nota: Ya puedes ver qué puede salir mal aquí. No puedes destapar la olla y los tiempos pueden variar dependiendo de las condiciones de donde vives. Algunas ollas de arroz han pasado a mejor vida en mis procesos de experimentación para encontrar los tiempos y cantidades ideales. Así es esto.



El arroz japonés tiene la propiedad de pegarse entre sí porque contiene mucho almidón. Esta es la consistencia que buscamos. 

Mientras el arroz reposa prepara el vinagre. Simplemente mezcla el vinagre de arroz con la sal y el azúcar. Para que se disuelvan mételo unos segundos al microondas, sácalo y agítalo ligeramente (mantenlo lejos de tu nariz, porque el olor es fuerte). Continúa hasta que esté completamente disuelto.



Transfiere el arroz a un recipiente de vidrio grande. Los japoneses utilizan unos recipientes preciosos de bambú. No son estrictamente necesarios, cualquier recipiente amplio de vidrio funciona.



Aquí puedes necesitar algo de ayuda. Vacía la mitad del vinagre que preparaste sobre el arroz y revuélvelo lenta y cuidadosamente con una palita de madera. Es como si integraras merengue a una masa, con movimientos envolventes para no destrozar el arroz.

Mientras haces esto debes enfriar el arroz utilizando un ventilador o un abanico (alguien te puede ayudar a abanicar mientras revuelves cuidadosamente el arroz). Integra la segunda parte del vinagre y sigue revolviendo y enfriando. El proceso tarda entre unos 5 y 10 minutos, el arroz debe quedar tibio. 



Ahora viene lo divertido. Coloca junto a ti una taza con agua potable. Necesitas una cuchara y los saquitos, a los que previamente debes drenar el líquido. 



Moja tus manos y la cuchara, esto evita que el arroz se pegue. Rellena cada saquito con la cuchara, teniendo cuidado de llegar hasta las puntas. Reparte el arroz entre los saquitos que tengas, procurando no romperlos. Si se rompe… te lo comes rápido para que nadie lo vea. Continúa el proceso hasta que llenes todos los saquitos, mojando tus dedos y la cuchara continuamente.



¡Ya están listos para comerse! Si no los vas a comer inmediatamente (¿en serio?) cúbrelos con plástico.



Ahora, si me disculpan, voy a ir a comerme unos saquitos de arroz. No tengo un problema…

* En el D.F. hay varias tiendas donde puedes conseguir estos productos. Algunas son:
  • Mikasa: San Luis Potosí 170 Col. Roma
  • Kokeshi Market: Amores 1529 Col. Del Valle
  • Súper Oriental: División del Norte 2515 Col. Del Carmen, Coyoacán 

sábado, 5 de junio de 2010

La triste historia de los vegetales congelados

En mi refrigerador pasan cosas extrañas, como habrás leído en mi encuentro con los monstruos del refrigerador. Hoy nos ocurrió un desastre. Cuando compramos el súper de la semana y lo guardamos en el refrigerador, por accidente movimos el control de la temperatura al máximo nivel—por cierto, quién sabe qué clase de degenerado pone el control a medio refrigerador, al alcance de cualquier lechuga juguetona. En fin, todas las verduras que acabábamos de comprar se congelaron.



Adiós salsita pico de gallo…



Adiós ensalada…



Adiós…

Adiós… mmm

Adiós…

Quién sabe qué iba a hacer contigo, pero te voy a extrañar.

¿Por qué se echan a perder los vegetales? ¿No se supone que la congelación es un método para conservar los alimentos y no para arruinarlos?

Las células en los vegetales que compramos frescos están vivas, y pueden permanecer así por mucho tiempo. Cuando una planta tiene suficiente agua, sus células la acumulan y se pone firme (¡crujiente si le das una mordida!), y cuando tiene poca pierde su firmeza. Es probable que hayas observado este fenómeno cuando se te olvida regar las plantas o si intentas comerte una pobre lechuga que se te olvidó fuera del refrigerador por varias horas.

Bueno, pues resulta que cuando metes los vegetales a un refri asesino como el mío, el agua en el interior de las células comienza a congelarse lentamente. Esto hace que las proteínas (enzimas) que están en el interior de las células—y que están muy felices en el agua líquida—comiencen a portarse mal y a dañar las células. Para hacer las cosas peores, los cristales de hielo que se forman son como espaditas que dañan y rompen las células. Entonces cuando descongelas los vegetales, el agua se sale por las fugas que se hicieron en las células, dejando al pobre vegetal más aguado que un trapo viejo.

En la industria de los alimentos hay varias técnicas para evitar este “asesinato por hielo” de los vegetales. Lo que hacen es bajar las temperaturas muy rápidamente para que se formen cristales de hielo muy pequeños que no dañan las células. También utilizan otros métodos como el blanqueado, que también se puede hacer de manera casera y que consiste en colocar los vegetales en agua hirviendo por unos minutos para inactivar las proteínas (enzimas) que se portan mal cuando el agua se congela.

En fin, como mi masacre masiva de vegetales fue no intencional, no tomé ninguna precaución y el resultado fue un montón de verduras inservibles. En cuanto a mi refri… ya llegó a su temperatura normal y esperemos que se comporte civilizadamente de aquí en adelante.

miércoles, 2 de junio de 2010

Desayuno para un día nublado


En realidad puedes desayunar esto cualquier día, pero si está nublado vas a añadir un rayito de sol a tu mañana.

Este desayuno es rápido, fácil, divertido y sumamente versátil. Puedes usar el cortador que tengas a la mano y la verdura que tengas en el refrigerador para complementarlo. En realidad todo es opcional (¡menos el huevo y el pan!)

Tiempo de preparación: 15 minutos. Rinde para 1 persona.

Ingredientes: 
  • 2 rebanadas de pan de caja (el que más te guste)
  • 1 huevo (a temperatura ambiente, si lo sacas del refri ponlo 2-3 minutos en agua caliente)
  • Mantequilla
  • Verduras (las que te gusten o las que tengas disponibles, yo usé pimiento amarillo y verde, cebolla y champiñones)
  • Alguna carne fría o embutido (yo usé pepperoni)
  • Queso fresco (o el que quieras)
  • Sal y pimienta

 Cómo se prepara:

Encima las dos rebanadas de pan y córtalas utilizando el cortador. Procura que el cortador sea de mediano a grande, para que quepa todo el huevo en el hueco que se forme.



Pon a calentar un sartén. Una vez caliente pon un poquito de mantequilla y pon a dorar ambos panes encimados. 

Mientras tanto, rompe el huevo en una taza que tenga un piquito para servir.


Cuando los panes estén doraditos de un lado, voltéalos (siempre manteniéndolos juntos) e inmediatamente vacía el huevo en el hueco. Sazona con sal y pimienta. Tapa el sartén.

¿Te preguntas por qué mi obsesión con los dos panes encimados? Porque una sola rebanada de pan no fue suficiente para contener el huevo en el orificio que corté. Mira mi experimento fallido. 

Estaban buenísimos, pero no es el efecto que buscaba. 

Selecciona algunas verduras que te gusten y ponlas en un sartén con un poquito de aceite, para freírlas o asarlas ligeramente. Yo utilicé pimiento amarillo y verde, champiñones y cebolla. Añádeles, si quieres, alguna carne fría o embutido, pueden ser salchichas, jamón, tocino, lo que te guste. Yo usé pepperoni. Sazona con sal y pimienta.


Cuando el huevo esté listo en los panes, retíralos con cuidado y sírvelos en un plato. Adorna con las verduras y con el pan que cortaste del centro. En este caso también utilicé jitomatitos cherry asados para decorar el plato y queso fresco. 


La ciencia en la cocina. ¿Por qué se pone firme y cambia de color la clara de huevo con el calor?

Parece un milagro, ¿verdad? Que una sustancia viscosa y transparente se convierta en un sólido blanco en cuestión de segundos y sólo con la aplicación de calor. El 90% de la clara de huevo es agua. El otro 10% son proteínas (y algunos minerales y glucosa, que se encuentran en cantidades muy pequeñas) de las cuales la más abundante se llama ovoalbúmina. La cantidad tan grande de agua hace que la clara sea muy líquida. En ese líquido están flotando las proteínas, que son moléculas muy grandes, pero que están “empaquetadas” o enrolladas sobre sí mismas. Así, el agua puede moverse libremente entre ellas. 

Cuando aplicas calor, lo que haces es que las moléculas de proteína y de agua se muevan más rápido y que choquen unas con otras (y con las moléculas de agua). Estos choques hacen que las proteínas se desenrollen y formen redes. Estas redes forman pequeños compartimentos que atrapan el agua en su interior, evitando que se mueva. Es por esto que la clara es sólida, el agua está atrapada dentro de ella (al igual que en el caso del almidón y de las gelatinas). 
Como las proteínas ahora están extendidas, la luz ya no puede pasar a través del líquido (lo que lo hace transparente) y ahora se refracta en las proteínas, produciendo el color blanco.